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DESTINO EXTRAORDINARIO Meditaciones Deepak Chopra

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QUIÉN SOY YO -Día 1

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LA EVOLUCIÓN DE LA CONSCIENCIA Capítulo 1. LA EXPERIENCIA HUMANA EN EL NUEVO PARADIGNA






Libro: La evolución de la Consciencia




Este tema, dedicado a la evolución de la consciencia, plantea una nueva forma de ver la vida, un nuevo paradigma que nos permitirá ser más felices y comprender al ser humano. El lector se puede preguntar si está dispuesto a leerlo sin prejuicios. Es posible que ya le suene esta información o, por el contrario, que sea la primera vez que lee algo así. Si le resulta familiar, no tendrá problema en seguir profundizando en el tema; y si le resulta sorprendente y nuevo, le animamos a descubrir algo muy valioso para mejorar su vida.

No es necesario estar de acuerdo con todo lo que aquí está escrito, ni creerse nada, solamente hay que verificar en la propia vida los resultados de aplicar esta información, para comprobar si son válidos para uno mismo.

El método científico principal para la medición del conocimiento es el resultado. Si los resultados internos son de felicidad, paz y armonía, se verificará que esta información es verdadera; también, si los resultados externos en cuanto a relaciones, salud, recursos y adaptación al medio mejoran, se verificará que esta información es de sabiduría. El aprendizaje sólo se vuelve comprensión a través de la práctica constante y de la verificación de resultados; éstos son los que permiten medir si una persona sabe o no sabe.

El propósito de la experiencia humana es evolucionar, vivir nuestro propio desarrollo de la consciencia para llenarnos de sabiduría y amor. Todos, sin excepción, hemos venido a este mundo a trabajar en nuestro desarrollo espiritual, compartiendo y participando en experiencias con otros seres humanos. La vida es un formidable proceso pedagógico del Universo; la Tierra es nuestro “colegio espiritual” y cada experiencia de vida se puede comparar con un curso académico.

El desarrollo espiritual es un trabajo interno, absolutamente individual y personal; nadie puede hacerlo por otro, pero tampoco puede llevarse a cabo sin los demás. Necesitamos la interacción y la experiencia con otras personas para alcanzar nuestro propio desarrollo; en otras palabras, para conocernos a nosotros mismos. A veces, en lugar de asumir el propio desarrollo pretendemos interferir con el de los demás, y en lugar de aprender de ellos intentamos cambiarlos; entonces estamos distorsionando el proceso pedagógico, lo que conduce a que la vida se complique.

Si comprendemos esto podremos ser eficientes al preguntarnos qué nos quiere enseñar la vida en cada situación, ya que todas constituyen un aprendizaje para transmutar la ignorancia en sabiduría. En este momento, la mayoría de nosotros sufrimos la experiencia de aprendizaje, en lugar de disfrutarla; pero aprender no es sinónimo de sufrir, sino que significa alcanzar el amor y la felicidad.

Cuando uno nota que su sufrimiento está desapareciendo, que su paz interior se vuelve invulnerable y que su capacidad de crear, hacer, amar y servir se expresa sin condición ni restricción, quiere decir que está en la sabiduría.

Tanto el ser humano como todo lo que sucede en el Universo funciona, se origina y se crea a partir de una información. Y evolucionar supone adquirir información que aún no se posee. La evolución es, pues, el desarrollo de la consciencia a través de la experiencia de la personalidad, y ésta es la que puede transformar una creencia en verdad después de verificarla, o bien desecharla si verifica que no es cierta: esto se llama comprensión, y es lo que la consciencia asimila.

Por tanto, en la consciencia no penetran creencias, sino que es un archivo diseñado para asimilar única y exclusivamente verdades verificadas y experimentadas dentro de la experiencia de la forma. Podemos entender la consciencia como un archivo de información que asimila las verdades del Universo y las acumula de una forma permanente e inmortal. La consciencia es, pues, un archivo eterno e incontaminable.

La información que puede almacenar la consciencia es billones de veces mayor que la que es capaz de almacenar la personalidad. La evolución se produce a través de las formas, pero no es la forma la que evoluciona, sino la consciencia dentro de ella. Cuando no tenemos cuerpo no hay evolución, porque ésta se produce única y exclusivamente cuando el ser está involucrado con la materia. Luego, la consciencia seguirá evolucionando.

Aparentemente, el exterior cambia, pero no es así: en realidad somos nosotros los que evolucionamos, los que cambiamos desde el interior. Existe una forma de vivir en estructuras sociales mucho más armónicas y satisfactorias que las actuales, y no es modificando la situación social actual, sino llevando a cabo un cambio interno. En la medida en que construimos nuestro desarrollo espiritual, cada uno de nosotros se va haciendo correspondiente con otro tipo de civilización.

La vida es un camino, y en cualquier punto del mismo hay caminantes. Encontrarse en el punto inicial o en el final depende de uno mismo, y cuanto más se avanza en el camino más cosas extraordinarias se descubren. Así, los cambios se producen en los caminantes, no en el camino.

Para tener éxito en el proceso de desarrollo espiritual necesitamos ir equilibrando la energía con la sabiduría, porque sin energía es imposible manejar la sabiduría. La materia puede transformarse en energía y viceversa, cuando cambian las longitudes de onda y las frecuencias vibratorias.

Hemos de crecer simultáneamente en el manejo de la energía, porque sin sabiduría tampoco es posible acumular energía; y es que se nos va en los miedos, los conflictos y el sufrimiento. Por tanto, es imprescindible aprender a manejar la energía en la misma proporción en la que vamos desarrollando sabiduría.

La sabiduría se adquiere cuando nos enfrentamos al diseño pedagógico llamado destino. Todo lo que para nosotros represente alguna dificultad es una oportunidad para el aprendizaje, para la adquisición de sabiduría asociada al destino.

La consciencia se desarrolla a través de los ciclos de vida y muerte. El primero representa la parte activa del proceso, donde se viven las experiencias de aprendizaje desde la inocencia —falta de información— pasando por la ignorancia —información falsa en la mente, creencias, cuando uno “cree que sabe”— y hasta llegar a la sabiduría —es decir, la información de la verdad o comprensión—. Por su parte, el ciclo de muerte representa la parte pasiva del proceso, en la que se evalúan los desarrollos de la consciencia que se han alcanzado, se recupera la energía y se renuevan todos los procesos para el próximo ciclo de vida.

Lo que acabamos de explicar no es suficiente para la mente leerlo una sola vez. La mente del adulto, para codificar e integrar cualquier información, requiere que se le repita, como mínimo, unas treinta veces. Es importante tener en cuenta esto, para que el lector no se desespere si al principio no entiende nada o no está de acuerdo con la información que aquí se le presenta; porque todo cambio lleva su tiempo.

Podemos percibir la evolución que tiene cada individuo dependiendo de su inclinación o interés por la información sobre el desarrollo espiritual, pues es necesario un cierto desarrollo para que la información de amor resuene y sea de interés.

1.1 ¿Quiénes somos?

¿”Somos” un cuerpo o “tenemos” un cuerpo? Realmente los seres humanos somos consciencias divinas o almas dentro de una experiencia humana; no somos seres humanos viviendo una experiencia espiritual, sino seres divinos viviendo una experiencia humana. Por lo tanto, no somos un cuerpo con un espíritu, sino un espíritu usando un cuerpo, esencia divina inmortal en desarrollo, un alma perfecta creada por Dios.

La consciencia no es humana, sino que usa lo humano; es tanto hija como hijo de Dios y va pasando a través de los reinos del Universo —mineral, vegetal, animal...— con el propósito de tomar la información del Absoluto que está implícita e impresa en cada reino. Pero la consciencia no es mineral, vegetal o animal; tampoco es humana, sino que es una chispa divina que usa cuerpos dentro de los cuales se sumerge para extraer información.

Dios está en todas las formas, sin ser ninguna de ellas. No es persona, sino esencia absoluta espiritual —no física—, de una dimensión muy alta a la que llamamos punto cero, es decir, sin tiempo ni espacio. No hay que preguntarse: «¿Quién es Dios?», sino «¿qué es Dios?». Podemos llamarlo de diferentes maneras: usando un término tecnológico, es posible denominarlo archivo absoluto del Universo, la información absoluta. Y ¿Qué información hay en ese archivo? La necesaria para la creación, para la administración de la creación, para la pedagogía de la creación, para el proceso de administración y de creación, además de para el proceso personal de cada uno de los hijos de Dios, que son de la misma esencia de ser (“soy”), que está en cada uno de nosotros y en todos los seres que existen. En definitiva, Dios es la esencia originaria de todo cuanto existe y sucede en el Universo.

La consciencia nunca es humana, sino que asimila la experiencia humana desde la personalidad, pero es hijo/hija de Dios y no dejará de serlo nunca. La consciencia —o el alma— tiene que vivir la experiencia humana, irremediablemente, para construir su evolución.

Pongamos un ejemplo para comprender mejor el término consciencia y lo que somos los seres humanos:

La consciencia viene al mundo a vivir una experiencia humana. Cuando llega, compra un automóvil y contrata a un chófer. El automóvil es el cuerpo y el chófer es la personalidad, el sistema de creencias, el ego.

La consciencia le dice al chófer: «Tome este cuaderno —que es la mente en blanco— y recorra este camino; necesito que me lleve desde este punto hasta este otro —eso será el transcurrir de la vida—, y en este cuaderno vaya anotando todo lo que aprende del camino. Mientras hace el recorrido yo voy a echar un sueño». La consciencia pasa entonces al asiento de atrás y se duerme tranquilamente. El pasajero únicamente despierta cuando el viaje termina —lo que llamamos “la muerte”—; entonces coge el cuaderno de notas, despide al chófer —es decir, la personalidad se disuelve— y devuelve el automóvil —el cuerpo—. La consciencia sólo se queda con la comprensión, con lo que el chófer aprendió del camino. En la próxima experiencia humana, contratará a otro chófer y otro vehículo, hasta completarse de verdades.

El chófer, después de haber recorrido una buena parte del camino y haber peleado, insultado y sufrido, porque el camino presenta dificultades, porque se le cruzan otros conductores, o se le averió el motor y tuvo que repararlo o, en resumen, por cualquier inconveniente que tenga, coge su cuaderno y escribe, por ejemplo: «En el kilómetro tal del camino he comprendido algo que no había comprendido en los kilómetros anteriores: que mi sufrimiento ante el camino es inútil, porque lo único que solucionó las situaciones que se presentaron fueron las acciones que puse en marcha para poder continuar; por lo tanto, en lugar de sufrir podría haber actuado en total paz interior».

1.2 ¿Qué archivos posee el ser humano?

Para comprender mejor el propósito de la experiencia humana es necesario conocer cómo tiene lugar la constitución de los seres humanos. A efectos de esta explicación, consideraremos sinónimos los términos “cuerpo”, “campo” o “archivo”.

El ser humano está formado por varios archivos que vibran en diferente frecuencia y poseen distintas dimensiones:

1. Un cuerpo físico o archivo genético, que es una creación perfecta de Dios, pero que se degrada. Los Maestros llaman al cuerpo “vehículo experiencial”, “vestido de Dios” o “entidad biológica”.

2. Un campo mental, que es el laboratorio perfecto donde se procesa la información, y también se llama archivo de personalidad temporal. Es el que nos permite experimentar la vida. Este campo presenta tres niveles de información:

a. La parte inconsciente, donde está nuestro sistema de defensas.

b. La parte consciente, donde está nuestro sistema de creencias, también llamado ego o personalidad.

c. La parte espiritual o de comprensión, que es el resultado de la verificación de la información a través de la experiencia, de la aplicación de los conocimientos. Se puede llamar, así mismo, consciencia temporal.

3. Un campo espiritual divino que se llena poco a poco con la información de la verdad, la que se procesa en la mente tras las experiencias vividas; es el archivo de consciencia permanente. También podemos llamar a este archivo “el ser crístico”, el “niño Dios” o el “niño interior”.

El cuerpo solamente sostiene a la mente: ése es su propósito. Y permite la experiencia dentro de los mundos tridimensionales, aunque la mente no es tridimensional. Pero quién hace el trabajo, quien lleva a cabo todo el proceso, es la mente, el campo mental; en ella se viven las experiencias, se descubren las Leyes, se construye la comprensión, desde ella se expresa el amor o la ignorancia, según lo que contenga; y, por supuesto, en la mente se origina la totalidad de los conflictos y problemas humanos, y también sus soluciones. Todo lo que sucede, pues, está dentro de nuestro campo mental.

El día en que la consciencia despierte, ya no necesitaremos cuerpo ni mente, porque ella lo asumirá todo. Y podrá manifestarse en cualquier momento, adoptando cualquier forma, en cualquier cuerpo, lugar y circunstancia, porque la consciencia es absolutamente divina e inmortal.

Mientras eso sucede, disfrutemos de lo que pasa en nuestra mente, dirigiéndola voluntariamente. Este maravilloso instrumento, emisor y receptor de ondas de frecuencia de pensamiento, es mucho más poderoso y sorprendente de lo que suponemos.

Consciencia es, por tanto, el archivo donde se acumula la verdad que descubrimos a lo largo de nuestra experiencia de evolución.

Todo lo que sucede es perfecto y necesario

Para sentar las bases de una nueva civilización de mayor nivel de satisfacción para todas las personas, es necesario comenzar por armonizarnos nosotros mismos, para lo cual resulta indispensable estudiar las Leyes universales y aplicar los principios que conducen a la sabiduría; tomando en cuenta, además, que sólo por medio de la práctica constante y desechando las teorías y conceptos que demuestren ser equivocados, llegaremos realmente a la sabiduría. Así podremos desarrollar la paz y la armonía directamente sobre el terreno, con la enseñanza de la vida diaria, puesto que ésta es la mejor escuela, y la naturaleza la mejor maestra.

Para volvernos eficientes únicamente hay que dejar de enfrentarse al orden perfecto del Universo. La ineficiencia mental es necesaria para descubrir, a través de la saturación, que existen las Leyes del Universo. Cuando ya hemos sufrido lo suficiente estamos preparados para comprender esas Leyes. Para cesar la propia lucha externa primero tiene que acabar la interna, y para ello es preciso haber aceptado que todo lo que existe y sucede es perfecto y necesario, porque tiene un propósito de amor. En definitiva, el estudio y comprensión del por qué de las cosas que existen y suceden nos puede llevar al reconocimiento de las Leyes que permiten crear un futuro mejor para toda la humanidad.

1.3 Las siete Leyes del Universo

Existen siete Leyes Universales que rigen la totalidad de los procesos de creación, administración y evolución del Universo. De las siete, cuatro son fundamentales: rigen y controlan todos los procesos de desarrollo y evolución de la consciencia dentro de la especie humana, en cualquier lugar del Universo. Estas cuatro Leyes conforman el triángulo inferior, y la Ley de Evolución es la Ley superior que rige sobre el triángulo inferior —también llamado “triángulo del infierno”, por constituir la parte inferior de las Leyes Universales—.

Cuadro 1. Las cuatro Leyes específicas que rigen la experiencia humana





No tenemos que confundir las leyes universales con las leyes humanas, ni tampoco con las normas. Las leyes del Universo son inmutables, no son derogables, se originan en la sabiduría de la Divinidad y son absolutas: por lo tanto, no son modificables ni negociables, y su desobediencia implica un resultado negativo -en el sentido de desagradable-, y también positivo -en el sentido de que supone un aprendizaje-. Por eso decimos que en realidad los seres humanos, no dictamos leyes, sino normas, y las llamamos “leyes humanas”, pero son normas, porque son derogables, transitorias y puntuales.





La Ley de Evolución nos enfrenta con aquello que necesitamos aprender y, por supuesto, esto corresponde exactamente con situaciones que no manejamos, que nos resultan difíciles. Por eso la Ley de Evolución permite las guerras, la enfermedad, la agresión, los conflictos, las disputas, las interferencias; y lo permite para que aprendamos a reconocer la Ley, para que nos saturemos de sufrimientos y decidamos obedecerla.

El libre albedrío es el derecho a cometer errores, la herramienta de la evolución. Es necesario e inevitable cometer errores para poder descubrir la Ley. El error no está fuera de la Ley, sino que forma parte de nuestro proceso pedagógico.

Reconocemos las Leyes observando los resultados. Si nos vemos inmersos en una situación de sufrimiento, experimentamos bloqueos, escasez o enfermedad, nuestras relaciones no fluyen o hay violencia o agresión, todos estos resultados nos muestran que nos hemos salido de la Ley. Cuando esto ocurre hay un resultado doloroso, mientras que cuando obedecemos la Ley los resultados son satisfactorios y de felicidad. No son, en realidad, premios o castigos, simplemente son resultados satisfactorios o dolorosos.

Un ejemplo perfecto de cómo las Leyes que están por encima admiten cuestiones que no permiten las inferiores es el tema de las relaciones homosexuales. La Ley de la Naturaleza no acepta algunos aspectos de la homosexualidad; sin embargo, la Ley de Armonía si la acepta completamente, para ella es totalmente válida porque todo ser vivo tiene derecho a ser feliz, a gozar de equilibrio y satisfacción aunque no pueda procrear. Por su parte, la Ley de Correspondencia, al estar por encima, puede romper el equilibrio de la Ley de Armonía, de manera que se reconozca la experiencia del desequilibrio. Así, según ella se podría afirmar: «Necesitamos que aquí haya un conflicto para que las personas aprendan a respetarse las unas a las otras».

1.4 Las tres virtudes internas

Hemos venido al planeta Tierra a desarrollar tres virtudes internas: felicidad, paz y amor.

Figura 1. Virtudes internas y resultados externos

Estas virtudes han de utilizarse para relacionarnos con lo externo. Aprender a ser felices, a tener paz y a amar —como capacidad de servicio— es el verdadero propósito que nos trajo al mundo físico de la materia.

Cuadro 3. Las tres virtudes y sus características



La felicidad, la paz y el amor son principios de la esencia divina; no tienen polaridad, son inmutables e incambiables.

1.4.1 Aprender a ser felices

Para aprender a ser feliz...
✓ Sólo hay que enfrentarse a todo aquello que uno crea que le arrebata la felicidad.


✓ No se necesita nada externo, sólo comprensión y actitud mental.

✓ Hay que asumir que la no aceptación es la única causa del sufrimiento, y dejar de enfrentarse a la realidad.

✓ Es necesario cesar de trabajar sobre los demás, y hacerlo única y exclusivamente sobre uno mismo, modificar dentro de uno lo que resulta molesto (el ego).

✓ Si hay sufrimiento, hay que formularse una sola pregunta: «¿Qué es lo que no estoy aceptando?»; ahí se encontrará la respuesta.

Todas las personas, sin excepción, tienen lo necesario para ser felices; pero muy pocas saben ser felices con lo que tienen.

1.4.2 Aprender a tener paz

Para aprender a tener paz hay que saber que...

✓ No hay ninguna cosa o persona que dé paz.

✓ La paz interior es el resultado del propio desarrollo espiritual, no es un don.

✓ El manejo de la paz requiere de una información clara y precisa para comprender que la vida es un proceso de amor y que el mal no existe, así como de la habilidad para manejar la energía vital; para ello es necesario un entrenamiento.

✓ Si se produce una pérdida de paz, hay que preguntarse: «¿A qué me estoy resistiendo?, ¿Qué quiero cambiar?, ¿a quién estoy culpando?».

1.4.3 Aprender a amar al prójimo como a uno mismo

Para aprender a amar al prójimo...

✓ Sólo hay que participar o compartir con personas que tienen comportamientos muy diferentes a los propios, de manera que se aprenda a amarlos y respetarlos tal cual son.

✓ Hay que tener en cuenta que el amor no es susceptible de ser ofendido, y que es invulnerable, inmutable, universal, invariable y neutro.

✓ Es necesario entender que el amor constituye una comprensión total del Universo, que es una forma de ser y no necesita “objeto” sobre el que proyectarse.

✓ También es importante considerar que el amor no es una fuerza, sino una herramienta.

✓ Se debe entender que el amor no es un sentimiento.

✓ Hay que pensar que amar es dar siempre lo mejor de uno mismo.

✓ Si existe desmotivación, pensemos: «¿Cómo puedo permitir limitarme ante esto?»; y es que todos poseemos capacidad de servicio, pero la coartamos muchas veces ante eventos externos.

Al desarrollar las tres virtudes internas vamos obteniendo excelentes resultados externos en los cuatro ámbitos: relaciones, recursos, salud y adaptación al medio.

1.5 Los cinco elementos de la experiencia humana

Dentro de la experiencia de vida de cualquier ser humano están presentes los siguientes cinco elementos: propósito, destino, misión, función e intención.

1.5.1 El propósito

Existe un propósito de amor que nos trajo al mundo de la materia; es el propósito perfecto de aprender dos cosas:

a) Ser feliz por uno mismo, es decir, no depender de nada ni nadie para tener paz interior y felicidad.

b) Amar al prójimo como a uno mismo, esto es, respetar los derechos de todos los seres del Universo.

Pero esto, ¿Cómo se aprende? Aquí es donde vamos a comprobar la perfección del diseño pedagógico de la Divinidad. En primer lugar, para realizar el ejercicio de aprender a ser feliz por uno mismo es necesario vivir en un lugar, con unas personas y en unas circunstancias donde todo lo que suceda alrededor sea más o menos agresivo, para que uno se dé cuenta de que el problema no es lo que pasa alrededor, sino la forma en que uno se relaciona con ello, el rechazo y la resistencia que se ejerce.

Para aprender la segunda parte de lo que supone amar al prójimo, respetarlo tal cual es, no quererlo cambiar, no ejercer resistencia ante los demás, es necesario vivir en un lugar donde las personas que nos rodean piensen diferente, tengan costumbres distintas y crean cosas diversas; de este modo aprenderemos a amarlos como son, sin juzgarlos ni condenarlos. Así se cumple el propósito de amor, la razón por la cual estamos en éste planeta.

Hace más de 2.000 años, el Maestro Jesús nos enseñó esto cuando dijo: «Ama a tus enemigos»; porque no son enemigos, sino personas que piensan diferente.

Ser feliz significa experimentar cero sufrimiento ante lo que pasa, y amar implica ejercer cero resistencia ante los demás. La sabiduría es igual al amor, no al sentimiento. A la persona que tiene amor le importan mucho los demás, pero no sufre; a la persona que no tiene sabiduría pero sí bondad le importan mucho los demás, pero sufre mucho; y al que no le importan, el indolente, el indiferente, no tiene sabiduría ni bondad.

1.5.2 El destino

El destino es lo que vinimos a aprender del mundo de la materia, a manejar las siete herramientas de amor para gozar de paz invulnerable; es una gran oportunidad para aprender lo que nos falta.

Todos traemos con nosotros un destino inevitable y valioso. La cultura nos enseña a tratar de evitarlo en lugar de a aprovecharlo. Pero los seres humanos tenemos la capacidad para disfrutar cualquier cosa que hagamos, porque esa capacidad es intrínseca a nuestra condición humana. Así que cuando una persona, por ejemplo, dice a su hijo: «Siempre tienes que hacer lo que te gusta», le genera un bloqueo inmenso.

El destino es un diseño pedagógico cuyo propósito es permitirnos verificar y descubrir la información que rige el Universo y su orden perfecto. Por lo tanto, el destino es nuestra mejor oportunidad para transcender la totalidad de las limitaciones humanas. En lugar de quejarnos de las dificultades que la vida nos presenta, aprovechémoslas como una gran oportunidad para transcenderlas, porque entonces desaparecerán para siempre. Si no aprendemos de las dificultades, lejos de desaparecer, se complicarán, se mantendrán y se volverán permanentes porque no estamos aprendiendo de ellas.

Un trauma no se origina en experiencias de vidas pasadas, sino ahora mismo; nosotros no traemos los traumas de experiencias anteriores, puesto que nuestra personalidad es totalmente nueva en cada experiencia. Lo que sí traemos, porque tiene una relación directa con experiencias anteriores, es el diseño del destino; éste se renueva en cada experiencia de vida pero tiene una conexión directa con la experiencia anterior.

1.5.3 La misión

La misión es lo que podemos enseñar en el mundo de la materia. Hay que disfrutarla intensamente, sea parte de la propia función o no.

La misión permite recuperar la energía que uno invierte en el ejercicio de aprender a ser feliz. Misión es lo que ya se ha comprendido, lo que ya se sabe; por lo tanto, es posible usarlo para servir a los demás y se disfruta intensamente.

Tanto la misión como el destino están representados en la personalidad: el destino como el sistema de creencias y la misión como la comprensión. En la medida en que vamos transmutando la ignorancia en comprensión y sabiduría, cada vez poseemos más misión y más satisfacción.

1.5.4 La función

La función es lo que hacemos para ganar nuestro sustento. Sabemos que todos los seres vivos tienen una función dentro del orden del Universo. Necesitamos sabiduría para asumirla con alegría, entusiasmo y total capacidad de acción y servicio, aunque no sea parte de la propia misión. La función no consiste en “ganarse la vida” —la vida no se gana, porque es un don divino—; lo que nos ganamos es el sustento de esta entidad biológica, de este cuerpo.

El sustento, pues, lo tenemos garantizado como resultado de la función. Quien es feliz y disfruta de lo que hace siempre tendrá abundancia de recursos.

1.5.5 La intención

La intención es lo que queremos para nosotros o para los demás. Es importante orientar la intención de forma que no interfiera con los destinos de los demás ni trate de evitar el propio destino.

La intención es el elemento más complejo de la experiencia humana, porque el sentimiento, así como la idea de bondad y las demás ideas que nos ha transmitido la cultura nos llevan constantemente a tratar de interferir en el destino de los demás. Si pudiéramos aceptar que el destino es algo extraordinario, y no algo “malo”, que supone la mejor oportunidad de la que disponemos para que se cumpla lo que vinimos a hacer al mundo, entonces dejaríamos de estar en conflicto con el destino de las otras personas.

Pero, ¿Qué sucede, por ejemplo, si tenemos a nuestro lado a un anciano que no quiere tomar sus medicinas ni cuidarse de la manera en que nosotros creemos que debe hacerlo? ¿Qué podemos hacer para no interferir? Dentro de los límites de la ética médica —respeto a la vida humana— hay un margen muy amplio, y el problema reside en que siempre queremos que las cosas funcionen como nos parece adecuado. Así, según este ejemplo, creemos que el anciano debe cuidarse para que siga acompañándonos más tiempo, sin tener en cuenta su calidad de vida. Pero el enfermo debe tener la opción de no someterse a terapias agresivas; del mismo modo, un fumador de toda la vida quizá preferirá seguir fumando también en sus últimos años; o alguien que tiene prescrito reposo absoluto preferiría andar y vivir auténticamente aunque sea menos tiempo. Es decir, puede ser que la persona piense en otra posibilidad totalmente diferente, como que lo que tenía que hacer en esta vida, sus posibilidades de acción o de aprendizaje, ya concluyeron, y que más bien desea partir para renovar todas sus estructuras. Entonces entran en juego los egos: queremos que esté más tiempo en nuestra compañía, deseamos que sane, que “sea feliz”... Esos “quieros” son la causa del sufrimiento.

Por tanto, ¿Qué sería más sabio y amoroso en este caso? Decir al anciano algo parecido a esto: «Para mí lo más importante eres tú, no yo —esto sería un principio de amor—. Lo más importante no es que tú me acompañes para satisfacer mi ego, sino que encuentres tu camino en el Universo; por lo tanto, cuenta conmigo para proporcionarte todo lo que esté a mi alcance, y cuenta también con mi respeto, para que uses solamente lo que decidas usar».

Siguiendo con el ejemplo, si esta persona no quiere comer o tomarse las medicinas, ¿Quiénes somos los demás para obligarla? Y ¿para qué lo hacemos? La condición que ha llevado a esa persona a que se deteriore su salud es parte de su propio proceso, no del nuestro, así que ¿por qué razón no vamos a respetarlo? Porque entra en juego el “quiero”, también llamado egoísmo inconsciente. Querer que el otro sea feliz a nuestra manera, es un comportamiento egoísta. En su lugar, habría que decirle otra cosa desde el amor: «Yo soy capaz de ser feliz aceptándote como eres, no a mi manera».

Para tener claro el propósito, aprovechar el destino, disfrutar de la misión, asumir la función y manejar la intención de no interferir en el destino de los demás, la sabiduría requiere que tales aspectos se practiquen en pensamiento, palabra y obra.



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