Émile Coué (1857-1926) fue un psicólogo y farmacólogo francés
Émile Coué (1857-1926) fue un psicólogo y farmacólogo francés. Introdujo un método conocido como la psicoterapia, que es una técnica de curación y automejoría que se basa en la autosugestión de la hipnosis. Se le conoce como el padre del condicionamiento aplicado. Coué aprendió acerca de la hipnosis por Ambroise-Auguste Liébault, el fundador de la Escuela de Nancy. En 1913 Coué fundó la Sociedad de Psicología Aplicada de Lorraine. Introdujo un nuevo método, el auto-comienzo de la autosugestión consciente, del cual escribió un libro. Modificó la teoría de Abbé Faria proponiendo que para que la autosugestión fluyera de la mente, uno tenía que alimentarla primero: repitiendo palabras o imágenes como autosugestión para la mente subconsciente, uno puede condicionar su mente. Después, la mente condicionada, es capaz de producir un comando autogenerado cuando la situación lo requiera. Su muy conocido mantra,
“Día tras día, en todos los aspectos, me va mejor y mejor”
es conocido como Couéismo, o el método de Coué, y depende en gran parte de la repetición de la fórmula.
PRÓLOGO
El Doctor Coué, continúa las experiencias de Nancy, en Nancy precisamente, allí en donde de Charcot1, la humanidad recibiera la revelación de la época: no es la razón la que determina nuestros actos, sino, que hay algo otro en nosotros: Lo INCONSCIENTE.
El Dr. Coué trabaja también en Troyes y en otras latitudes no sólo de su país; Francia, sino en américa y otros destinos de Europa, como reconfirmando la época y la experiencia de la que Sigmund Freud, obtuviera su obra al llevar por cauces insospechados las postrimerías de lo que él llamara pulsión. Y precisamente, por la misma época. Coué, presenta, sin proponérselo, las relaciones entre el deseo, y su realización, así como entre el deseo y la necesidad, enseñándonos cómo, por nosotros mismos obtener el bienestar del que somos capaces. o, en su defecto, el sufrimiento, rostro de la vida del que hemos dado prueba de también poder construir.
Coué, opone, no sin experiencia, al malestar, algo que es muy importante, pienso yo, un dar cuenta de ese “impedirse” sufrir, al sustituir las órdenes sugeridas a lo inconsciente, por unas nuevas que procuren cumplir con nuestra obligación fundamental, y derecho, por lo tanto, “vivir” y “vivir bien”.
Es curioso, y sorprendente notar que; al igual que no terminamos de acostumbrarnos a la muerte, no obstante, fundar, crear la vida, sobre la creencia que respecto de esta inventemos, tampoco nosotros terminamos de acostumbrarnos y de entender, cómo el cuerpo al darle su dueño, y creador: nosotros, una orden, responde, inmediatamente.
Al presentar, esta tal y sorprendente experiencia, el Dr. Coué, nos confronta con, lo que, para justificar nuestra pesadez, denominamos incapacidades o incompetencias, nuestras. No hay tal, nos enseña Coué, no hay discapacidad o incompetencia, hay sólo un NO que su dueño no logra decirle a un cuerpo, que no obstante habitarlo, nos es des-conocido.
Ese cuerpo, creado no sin compleja sencillez, no obstante, no sólo responde, sino que requiere, irremediablemente de ese, “NO”. Requiere tanto, de este “NO” como los chiquillos requieren del saberse deseados por sus padres y de conocer de éstos sus expectativas sobre ellos.
El deseo, está unido a una renuncia. Así mismo como el que los padres logren, claramente enunciar sus expectativas, sobre los hijos, requiere de su parte, asumir su falta, renunciar a ambiciones ilusorias y encontrar sus límites
Al enunciar, los padres, lo que desean que sus hijos logren, lo que enuncian es su propio deseo. Es decir, su falta; su límite, su imposibilidad. Deseamos lo que no hemos logrado. Los padres desean en su hijo lo que a ellos les falta. Quizá por ello, se hace tan sobreentendido, para los adultos, el que sus hijos sepan qué es lo que ellos esperan de éstos.
La palabra vence lo que la insistencia no alcanza. Se requiere de la palabra. Lo inconsciente es un mecanismo hecho de palabras. Y como tal, una estructura lenguajera, en la que, ciertos personajes, en determinada posición, funcionan.
El padre. Ese padre deseante de que su hijo viva; funda un lugar para su hijo; un lugar simbólico en el que éste finalmente habita. En su función, el padre, posibilita así que el pequeño pueda separarse del pecho de mamá, y recurra a sus propios recursos, recursos siempre y aunque desconocidos; humanos, recursos para ganarse la vida.
Nos enseña el Dr. Coué que, ganarse la vida es aprender a vivir, a vivir bien.
¿Cómo?
Reconociendo el deseo que nos habita, asumiéndolo y llevándolo a cabo. Éste deseo no perdona, insiste a manera de síntomas generadores de sufrimiento, hasta ser escuchado, hasta que cada uno tome; como decimos nosotros, los de habla castellana, “la sartén por el mango”. Hasta que se tome la vida, desde el deseo que nos habita.
El Dr. Coué nos lleva por estos caminos, del hacer uso del servicio que nos presta ese mecanismo lenguajero: Lo inconsciente. A la vez el Dr., Coué, nos hace revivir épocas que muchos de ustedes, y tampoco mi generación vivió, pero de las que algún eco, rumor, nos queda, aquí, reconoceremos esos rumores, de los que no hay duda, hasta estos lares hispánicos llegaron. Mis abuelos decían, por ejemplo: “Querer es poder”, pero si no puedo abuelito, decía esta chica, y el viejo Justo Lorenzo Zapata, respondía, entonces es que no quieres, hija. Y yo no entendía.
Les deseo muchos logros y encuentros en el deseo.
Margarita Mosquera Zapata - traductora
CONFERENCIA 1
El dominio de sí mismo
La sugestión o más bien la autosugestión es un tema reciente pero tan antiguo como el mundo. Es un tema nuevo en el sentido en que, hasta el presente, ha sido mal estudiado y, por consecuencia, mal conocido; es antiguo porque data desde que apareció el hombre sobre la tierra.
En efecto, la autosugestión es un instrumento que poseemos al nacer, y este instrumento o, mejor esta fuerza, está dotada de una inaudita e incalculable potencia, tal que, según las circunstancias, produce los mejores o los peores efectos.
El conocer sobre esta fuerza no sólo es útil para cada uno de nosotros en general, sino y en particular, es indispensable para los médicos, los magistrados, los abogados, los educadores de jóvenes, los padres de familia, etc.
Cuando se la pone en práctica de manera consciente, se evita, en principio, provocar en los otros autosugestiones que, por nocivas, pueden traer por consecuencia desastres. Y, por otra parte, puede con el uso consciente de la misma, provocar bienes que traigan la salud física a los enfermos, la salud moral a los neuróticos (víctimas inconscientes de autosugestiones anteriores), y sobre todo a personas que tienen tendencia a mezclarse con lo desagradable.
El ser consciente y el ser inconsciente
Para comprender los fenómenos de la sugestión o, para hablar más precisamente, de la autosugestión, es necesario saber que existen, en nosotros, dos individuos absolutamente distintos el uno del otro. Los dos son inteligentes, pero, mientras que el uno es consciente, el otro es inconsciente.
Ese estado de “inconsciente” es la razón por la cual, la existencia de este ser, pasa, generalmente desapercibida.
Es fácil de constatar, no obstante, esta existencia, por poco que se tome uno la pena de examinar ciertos fenómenos y de reflexionar en ellos algunos momentos.
He aquí algunos ejemplos:
Todo el mundo conoce el sonambulismo, sabemos que un sonámbulo se levanta en la noche, sin despertarse; que sale de su habitación luego de vestirse, o no, desciende las escaleras, atraviesa corredores y que, luego de ejecutar ciertos actos o terminar cierto trabajo, retorna a su habitación, se vuelve a acostar, y muestra, a la mañana, la mayor sorpresa al encontrar terminado un trabajo que había dejado inacabado, la víspera. No sabe que fue él quien lo hizo. ¿A cuál él se preguntará, sorprendido, atribuir su trabajo terminado? ¿A qué fuerza obedece su cuerpo sino a una fuerza inconsciente, a su ser inconsciente?
Consideremos ahora, si ustedes quieren, el caso muy frecuente, de un alcohólico atacado de “delirium tremens”. Como tomado por un acceso de demencia, se hace a cualquier arma (cuchillo, martillo, hacha) y golpea furiosamente a aquellos que tienen el infortunio de estar a su alrededor. Cuando el acceso termina, el hombre recobra el sentido, contempla con horror la masacre que se ofrece a su vista, ignorante de que él mismo es el autor. ¿Acaso, no es el inconsciente quien ha ordenado este malestar?
Si comparamos el ser consciente con el ser inconsciente, constatamos que, mientras que el consciente está dotado de una memoria no muy fiel, el inconsciente, al contrario, está provisto de una excelente e impecable memoria, grava, a nuestro pesar, los más mínimos acontecimientos, los más mínimos hechos de nuestra existencia.
Además, es crédulo y acepta, sin razonar, lo que se le dice. Y, como es quien preside el funcionamiento de todos nuestros órganos, por intermedio del cerebro, se produce el hecho de que, -cosa que usted encontrará paradójica-, tal o cual órgano funcione bien o mal o, de sentir tal o cual impresión que, determina nuestro quehacer diario.
Lo inconsciente, no sólo, preside, las funciones de nuestro organismo sino también, el cumplimiento de todas nuestras acciones, sean cuales sean éstas.
Lo que llamamos “imaginación” y que, contrariamente a lo que es admitido, nos hace siempre trabajar, incluso contra nuestra voluntad cuando hay antagonismo entre estas dos fueras, es lo inconsciente.
Voluntad e imaginación
Si abrimos un diccionario y buscamos el significado del término voluntad, encontraremos esta definición: “Facultad de libre determinación de nuestros actos”.
Aceptamos esta definición como verdadera, e intachable. Ahora bien, nada es más falso, y esta voluntad, que reivindicamos tan orgullosamente, cede siempre el paso a la imaginación. Esta es una ley absoluta es decir que, no sufre excepción alguna.
“! ¡Blasfemia! ¡Paradoja!” Opondrá, usted.
“En lo absoluto. Verdad, pura verdad”, les respondo yo.
Y para convencerlo, abra los ojos, mire a su alrededor, y sepa comprender lo que ve.
Usted se da cuenta entonces que lo que le digo no es una teoría fundada por un cerebro enfermo, sino la simple expresión de lo que es.
Supongamos que colocamos al sol una plancha de 10 metros de largo por 25 metros de ancho: es evidente que todo el mundo será capaz de ir de uno a otro lado de esta plancha sin tropezarse.
Cambiemos las condiciones del experimento y supongamos que esta plancha está ubicada a la altura de las torres de una catedral: ¿Quién es entonces, capaz de avanzar por lo menos un metro sobre tan estrecho camino? ¿Usted quien, me escucha? No. Sin duda. Usted no daría dos pasos sin temblar: y que, a pesar de todos sus esfuerzos de voluntad, caería infaliblemente al suelo.
¿Por qué entonces, si la plancha está en el suelo, por qué no caería usted? Y, ¿Por qué sí caería cuando está puesta en lo alto? Simplemente porque, en el primer caso usted se imagina que es fácil ir hasta el otro extremo de la plancha, mientras que, en el segundo, usted se imagina que usted no puede. Usted pudo querer avanzar, pero, si imagina que usted no puede, queda en la imposibilidad absoluta de hacerlo.
Si los obreros, carpinteros, son capaces de realizar tal acción, es porque ellos imaginan que pueden.
El vértigo no tiene otra causa que, la imagen de caer que nos hacemos; esta imagen se transforma inmediatamente en acto, a pesar de todos nuestros esfuerzos de voluntad. Estas imágenes inconscientes son tanto más rápidas que la intensidad de nuestros esfuerzos.
Consideremos una persona afectada de insomnio. Si no hace esfuerzos por dormir se quedará tranquila en su lecho. Si, por el contrario, quiere dormir, a mayor esfuerzo mayor agite, menos se duerme.
¿No se ha dado cuenta que, cuando cree haber olvidado un nombre más se le escapa éste, al tratar de recordarlo, mientras que, al sustituir en su mente, tal idea, por esta otra: “ya me acordaré”, el nombre aparece sin el menor esfuerzo?
Aquellos que hacen bicicleta se acuerdan de sus primeros intentos. Iban por la calle y ante el temor de caer, se agarraban del volante, de un momento a otro, notaban en medio del camino un caballo o un simple guijarro, buscaban evitar el obstáculo, pero mientras más esfuerzos hacían por evitarlo, más directamente iban hacia él.
¿Quién no tuvo esa risa loca, ese reír que mientras más esfuerzos se hace por evitarlo, más violento es? ¿Cuál era el pensamiento de cada uno en tales diferentes circunstancias?
“quiero no caerme”,
“quiero encontrar el nombre de madame Cosa, pero no puedo”,
“Quiero evitar el obstáculo, pero no puedo”,
“Quiero contener la risa, pero no puedo”.
Como se ve, en cada uno de estos conflictos, es siempre la imaginación que domina sobre la voluntad y, sin excepción. En el mismo orden de ideas, ¿acaso no sabemos que un jefe de tropa que se precipita hacia delante, a la cabeza del grupo, entrena a su tropa a estar siempre después de él, mientras que si grita: “¿Sálvese quien pueda”, determina casi fatalmente el fracaso? ¿Por qué? En el primer caso, la tropa se imagina que ellos deben caminar hacia delante, a la cabeza de sus tropas, mientras que; en el segundo, se imaginan que ellos están vencidos y que es preciso huir para escapar de la muerte.
Panurge, no ignoraba el contagio del ejemplo, es decir, la acción de la imaginación, cuando, para vengarse de un negociante con el que navegaba, le compró el mejor cordero y se lo tiró al mar, tal que, los demás corderos, lo siguieron, sin que le quedase al enemigo, ninguno.
Nosotros, los humanos, nos parecemos más o menos a los corderos y, a pesar de nosotros, seguimos irresistiblemente el ejemplo de otro, imaginando que no podemos hacer de otro modo.
Podría citar muchos ejemplos, pero creo que tal enumeración es innecesaria. No pasaré en silencio, no obstante, el hecho de la enorme potencia que presenta la imaginación, dicho de otra manera, la potencia del inconsciente en la lucha contra la voluntad.
Hay bebedores que desearían dejar de beber, pero que no pueden impedírselo a sí mismos.
Interróguelos, le responderán, con toda sinceridad, que quisieran estar sobrios, que la bebida los desgasta, pero que son, irresistiblemente impulsados a beber, a pesar de su voluntad, a pesar del mal que saben, les hará...
Incluso ciertos criminales hacen sus fechorías a pesar de ellos, y cuando se les pregunta por qué, ellos responden:” Yo no pude impedírmelo, eso era más poderoso, era más fuerte que yo”.
Y el bebedor y el criminal, dicen la verdad: están formados para hacer lo que hacen, por la sola razón de que ellos imaginan que no pueden no hacerlo.
Así pues, nosotros que estamos tan orgullosos de nuestra voluntad, nosotros que nos creemos tan libres en lo que hacemos, no somos sino unos pobres fantoches de los que la imaginación tiene los hilos. No cesamos de ser esos fantoches sino cuando hemos aprendido a conducir la imaginación.
Sugestión y Autosugestión
Después de lo anterior, podemos asemejar la imaginación a un torrente que entraña, finalmente, malestar y que, se le ha dejado caer, a pesar de nuestra voluntad de cruzar el río. Ese torrente, parece indomeñable; mientras que, si usted sabe cómo tomarlo, usted volteará su curso, lo conducirá hasta la fábrica, y allí, lo transformará en fuerza, en movimiento, en calor, en electricidad. Si esta comparación no les parece suficiente, asemejemos entonces la imaginación (la loca de la casa, como se la llama) a un caballo salvaje que no tiene ni guía ni frenos. ¿Qué puede hacer el jinete que lo monta, si no, dejarse llevar a donde al caballo le plazca conducirlo? Y siguiendo, entonces, si éste se encabrita, es en la fosa donde detiene su carrera. ¿Que el jinete acaba de poner frenos a su caballo, y que los roles han cambiado? No es el caballo quien va a donde él quiere, es el jinete quien se hace seguir por su caballo por la ruta que desea.
Ahora que estamos captando la enorme fuerza del ser inconsciente o imaginativo, voy a mostrarles que este ser, considerado como indomable, puede también domarse, tan fácilmente como a un torrente, o a un caballo salvaje. Pero antes de ir más lejos, es necesario definir, cuidadosamente dos palabras que empleamos con frecuencia, sin saber a ciencia cierta lo que significan. Estas palabras son:
Sugestión y autosugestión
¿Qué es entonces la sugestión?
Se puede definir como “la acción de imponer una idea al cerebro de una persona”.
¿Realmente existe esta acción? Propiamente hablando, no. La sugestión no existe por sí misma, en efecto; ella no existe y no puede existir sino a condición sine qua non de transformarse en un sujeto en autosugestión.
Y esta palabra, la autosugestión, la definimos como:
“La implantación de una idea en sí mismo por sí mismo”.
Usted puede sugerir algo a alguien: si lo inconsciente de este último no acepta tal sugestión, si no la digiere, por así decir, a fin de transformarla en autosugestión, ella no produce efecto alguno.
Algunas veces se me ha ocurrido sugerir algo banal a sujetos de ordinario obedientes, y ver mi sugestión fallar. La razón de esto es que lo inconsciente de tales sujetos ha rehusado aceptar mi sugerencia, y no la transforma en autosugestión.
Empleo de la autosugestión
Vuelvo al lugar en donde decía que podemos domar y conducir nuestra imaginación tal y como se conduce un torrente o se doma un caballo. Basta para ello, en principio saber que esto es posible (lo que casi todo el mundo ignora), y luego, conocer el modo de cómo hacerlo posible. Y bien, este modo es muy simple: es aquel que, sin querer, sin saberlo, de una forma absolutamente inconsciente de nuestra parte, empleamos mal y, a causa, frecuentemente de nuestra mamá. Este modo es la autosugestión.
Mientras que si habitualmente, uno se auto sugiere inconscientemente, basta auto sugerirse conscientemente, y el procedimiento consiste en esto:
––Primero, pensar con su razón la cosa que debe ser el objeto de la autosugestión y,
––Segundo; según que se responda sí o no, repetirse muchas veces, sin pensar en otra cosa
“Esto será” o, “Esto pasa”, “Esto ocurre”, etc.
Y, si lo inconsciente acepta esta sugestión, si él se auto-sugiere, se verán realizar las cosas, que se desean, punto por punto.
Así entendida, la autosugestión no es otra cosa que el hipnotismo tal como lo entiendo, y como lo defino por la simple autosugestión consciente. Sé que, generalmente, uno pasa por loco a los ojos del mundo cuando osa emitir ideas a las que la mayoría de los seres no están habituados a entender.
En Palabras: es la influencia de la imaginación sobre el ser moral y el ser físico del hombre, esta acción es innegable, y sin volver a los ejemplos precedentes, citaré algunos otros.
Si usted se persuade a usted mismo que usted puede hacer una cualquier cosa, manteniendo que ella sea posible, usted la hará, por difícil que ella pueda ser. Si, al contrario, usted se imagina que no puede hacer la cosa más simple del mundo, le será imposible hacerla y los obstáculos le parecerán montañas infranqueables.
Tal es el caso de los neurasténicos que, se creen incapaces del menor esfuerzo, se encuentran frecuentemente, en la imposibilidad de hacer algo sin sentir extrema fatiga. Y estos mismos neurasténicos, cuando hacen esfuerzos para salir de su tristeza se hunden cada vez más, parecen infelices que se derrumban y que se hunden tanto más, cuantos más esfuerzos hacen por salvarse.
No es sino pensar que un dolor se va para sentir que en efecto este dolor poco a poco desaparece e, inversamente, basta con pensar que uno sufre para sentir inmediatamente el sufrimiento que llega.
Conozco ciertas personas que predicen, en ciertas circunstancias, que ellas tendrán migraña tal o cual día y en efecto, el día predicho, en las circunstancias dadas, ellas lo sienten. Ellas mismas se dan el dolor, así como otros, o ellos mismos si desean, se curan.
Y bien, a riesgo de pasar por loco, diré que, si muchas personas están enfermas moral y físicamente, es porque ellas se imaginan estar enfermas, sea moral, sea físicamente; si algunas personas están paralíticas, sin que haya lesión alguna en ellas, es porque ellas se imaginan estar paralizadas, y es en estas personas en quienes se producen extraordinarias curaciones.
Si algunos son felices o infelices, es porque ellos se imaginan estar felices o infelices, pues, dos personas, ubicadas exactamente en las mismas condiciones, pueden encontrarse, la una; perfectamente, y la otra absolutamente mal.
La depresión, el tartamudeo, las fobias, la cleptomanía, algunas parálisis, etc., no son otra cosa que el resultado de la acción del inconsciente sobre el ser físico o moral. Pero, si nuestro inconsciente es la fuente de muchos de nuestros males, puede también traer consigo la curación de nuestras afecciones morales y físicas. Puede, no solamente, reparar el mal que ha hecho, sino incluso curar las enfermedades reales, tan grande es su acción sobre nuestro organismo.
Enciérrese en una habitación, siéntese en una silla, cierre los ojos para evitar toda distracción, y piense únicamente durante algunos instantes:
“Tal cosa está desapareciendo “y” Tal otra va a suceder”.
Si usted, realmente se autosugestionó, es decir, si su inconsciente hizo suya la idea que usted le ofreció, entonces, usted quedará sorprendido al ver producir tal cosa que usted pensó. Es de anotar que lo propio de las ideas auto sugeridas es existir, en nosotros, a nuestras expensas y, el nosotros no saber de ellas sino, por los efectos que producen. Pero, sobre todo, y esta recomendación es esencial, la voluntad no interviene en la práctica de la autosugestión; pues, si ella no está de acuerdo con la imaginación, es decir, si uno piensa, por ejemplo: “Quiero que tal o tal cosa se produzca”, y la imaginación dice “tú lo quieres, pero eso no es posible”, no solamente no se obtiene lo que uno quiere, sino incluso se obtiene exactamente lo contrario.
Esta observación es capital, y ella explica el por qué los resultados son tan poco satisfactorios cuando, en el tratamiento de las afecciones morales, uno se esfuerza en hacer la reeducación de la voluntad. Es en la educación de la imaginación que es preciso atarearse, y es gracias a este matiz, que mi método ha tenido éxito, allí, donde otros, y no de los menos, han fracasado.
De numerosas experiencias que he hecho diariamente, desde hace veinte años y que he observado con minucioso cuidado, pude sacar las conclusiones siguientes y que resumo en forma de leyes:
––Cuando la voluntad y la imaginación están en lucha, es siempre la imaginación la que gana sin excepción alguna.
––En el conflicto entre la voluntad y la imaginación la fuerza de la imaginación es en razón directa el cuadrado de la voluntad.
––Cuando la voluntad y la imaginación están de acuerdo, la una no se añade a la otra sino que, la una se multiplica por la otra.
––La imaginación puede ser conducida.
Las expresiones “en razón directa el cuadrado de la voluntad” y “se multiplican” no son rigurosamente exactas. Es simplemente una imagen destinada a hacer comprender mi pensamiento.
Por lo que acaba de ser dicho, parecería que nadie debería nunca estar enfermo. Esto es verdad. Toda enfermedad, casi sin excepción, puede ceder ante la autosugestión, por atrevido e inverosímil que pueda parecer mi afirmación; no digo cede siempre, pero digo, puede ceder, que es diferente.
Para llevar a la gente a practicar la autosugestión consciente, es preciso enseñar cómo hacerlo, y se hace así como se aprende a leer y a escribir, o como se enseña la música, etc.
La autosugestión es, como lo dije antes, un instrumento que traemos con nosotros al nacer y con el cual jugamos inconscientemente toda nuestra vida, así como un bebé juega con un sonajero. Pero, es un instrumento peligroso, puede herirnos, matar incluso, si usted lo usa de manera imprudente e, inconscientemente. Lo salvará, por el contrario, cuando usted sabe emplearlo de manera consciente. Puede decirse de él, lo que Esopo decía del lenguaje:
“Es lo mejor y, al mismo tiempo, la peor cosa del mundo”
Les voy a explicar ahora, cómo puede uno hacer para que “todo el mundo” sienta la acción bienhechora de la autosugestión aplicada de una forma consciente.
Al decir, “todo el mundo”, exagero un poco pues, hay dos clases de personas en quienes es difícil provocar autosugestión consciente:
––Los retrasados que no son capaces de comprender lo que se les dice, y
––las gentes que no consiguen aprender
Manera de proceder de un sujeto para aprender el tema para autosugestionarse
El principio del método se resume en algunas palabras:
No se puede pensar sino una cosa a la vez, es decir que, dos ideas pueden yuxtaponerse, pero no superponerse en nuestro pensamiento.
La primera idea que ocupa nuestro pensamiento, se cumple; pues tiene la tendencia a transformarse en acto.
Entonces, si usted llega a pensar de un enfermo que su sufrimiento desaparecerá, la enfermedad desaparecerá; si usted piensa que un cleptómano no volverá a equivocarse no lo hará más, etc.
Manera de proceder para hacer que la sugestión sea curativa
Cualquiera que pueda ser la afección del sujeto, física o moral, es preciso proceder siempre de la misma manera y pronunciar las mismas palabras con algunas variantes, según los casos.
Diga al sujeto “Siéntese y cierre los ojos.”
No trate de hacerlo dormir, es inútil.
“Le ruego cerrar, simplemente, los ojos para que su atención no se distraiga en objetos que llegan a su campo visual”.
Diga ahora que:
“todas las palabras que le voy a pronunciar van a fijarse, imprimirse, gravarse, incrustarse, en su cerebro. Es preciso que ellas queden fijadas, impresas, incrustadas. Incluso si usted no quiere, o no sabe cómo, quedarán fijadas, de una forma totalmente inconsciente de su parte, su organismo y usted mismo deberán obedecer.”
Le digo en principio que,
“todos los días, tres veces por día: a la mañana, a la tarde, a la noche; a la hora de las comidas, usted tendrá hambre, y se dirá: “comeré placenteramente” y en efecto, usted comerá con placer. Tendrá cuidado en masticar, lentamente, sus alimentos tal que, los transforme en una especie de pasta blanda que, usted digerirá. En estas condiciones usted digerirá bien y no sentirá dolor alguno. La asimilación se hará bien y su organismo preferirá sus alimentos para hacer sangre, músculo, fuerza, energía, en una palabra; vida.
Puesto que usted ha digerido bien, la función intestinal se cumplirá normalmente y todas las mañanas, al levantarse experimentará la necesidad de evacuar y, sin tener necesidad de utilizar medicamento alguno, sin recurrir a artificio alguno usted
obtendrá un resultado satisfactorio.”
Además,
“todas las noches, a partir del momento en que desee ir a dormirse hasta el momento en que desee despertarse a la mañana siguiente, dormirá con un sueño profundo, calmo, tranquilo, durante el cual no tendrá pesadillas, sueño al salir del cual, usted portará completa disposición de ánimo.
De otra parte, a partir de ahora, si le llega el estar triste, derrumbado, fatigado, enojado, no será más así, y en lugar de estar triste, derrumbado, fatigado enojado, usted estará, alegre, es posible estar alegre, sin razón alguna, alegre incluso, así mismo como le llegaba estar triste sin razón alguna: le diré más; incluso aun teniendo verdaderas razones, razones reales, para estar aburrido y afligido, usted no lo estará.
Si le llegan momentos de impaciencia, cólera, usted no hará tales movimientos, no los tendrá más; por el contrario, estará siempre paciente, siempre dueño de usted mismo y las cosas que le enojan, se tornarán para usted, indiferentes y entrará en calma, mucha calma. Si alguna vez es asaltado por el odio, seguido de ideas malsanas, temores, terrores, fobias, tentaciones, amarguras; yo deseo que todo eso frente a los ojos de su imaginación y poco a poco, se aleje de usted, y que eso parezca fundirse, perderse como en una nube lejana en la que todo debe terminar desapareciendo, completamente; como al despertar, se evapora un sueño.
Deseo que todos sus órganos funcionen bien: el corazón late normalmente, la circulación sanguínea se efectúa como ella debe efectuarse, los pulmones funcionan bien, el estómago, el intestino, el hígado, la vesícula biliar, los riñones, la vejiga, cumplen normalmente sus funciones.
Si alguno entre ellos funciona de forma anómala, esta anomalía desaparece día a día, tal que, en poco tiempo, habrá desaparecido completamente, y este órgano habrá retomado su función normal. Además, si existe alguna lesión en alguno de ellos, estas lesiones se cicatrizan día a día, y ellas estarán rápidamente curadas.”
Para tal propósito, debo decir que; no es necesario saber qué órgano está enfermo para curarlo. Bajo la influencia de la autosugestión:
“todos los días, bajo todos los puntos de vista, voy de mejor en mejor”.
El inconsciente ejerce su acción sobre ese órgano, órgano que él mismo sabe discernir muy bien. Agrego incluso esto, y es una cosa muy importante:
“Si hasta el presente, usted ha experimentado frente a usted mismo una cierta desconfianza, le digo que esa desconfianza desaparecerá poco a poco, dejando en su lugar, al contrario, confianza en usted mismo, basada en esta fuerza de un incalculable poder, que está en cada uno de nosotros.”
Esta confianza es una cosa absolutamente indispensable en todo ser humano. Sin confianza en sí, no se llega a nada, con confianza en sí, se puede lograr todo (en el dominio de las cosas razonables, por supuesto).
Usted toma confianza, en usted y, entonces, la confianza le da la certeza de que usted es capaz de hacer, no sólo bien, sino, muy bien, todas las cosas que desee hacer, con la condición de que sean razonables, todas esas cosas, tanto como es razonable, su deber de hacerlas. Entonces, cuando usted decida hacer algo, razonable, cuando tenga que hacer una cosa que es su deber hacerla, piense siempre que esa cosa es fácil.
Que las palabras: “difícil”, “imposible”, “yo no puedo”, “es más fuerte que yo”, “no puedo impedirme tal o cual cosas...”; desaparezcan de su vocabulario, ellas no son castellano. Lo que sí es castellano es, O, lo que sí está en su lengua maternal, o en la lengua en a diario se exprese,
“es fácil, yo puedo”.
Si usted considera la cosa, como fácil, ella se le tornará fácil, mientras que a los otros les seguirá pareciendo difícil, y estas cosas usted las hace rápido, usted las hace bien, usted las hace sin fatiga porque las hace sin esfuerzo.
Mientras que, si usted las hubiera considerado difícil, o imposible, estas se le tornarán difíciles, simplemente porque usted la consideró así”.
A estas sugestiones generales que parecerán quizá un poco largas e incluso, algunas de ellas, infantiles, pero, no obstante, necesarias, es preciso agregar aquellas que se aplican al caso particular del sujeto que usted tiene entre sus manos.
Todas estas sugestiones deben ser hechas en un tono monótono y arrullador (acentuando las palabras esenciales) que invite al sujeto, si no, a dormir, al menos a quedarse en quietud, a no pensar en nada. Cuando la serie de sugestiones haya terminado, uno se dirige al sujeto, con alegría (aunque sin emoción, no obstante), en estos términos:
“En suma, espero que, desde todos los puntos de vista, tanto desde el punto de vista físico como moral, usted goce de excelente salud, de una salud mejor que aquella de la que usted ha gozado hasta ahora. Ahora contaré hasta tres y cuando yo diga tres, usted abrirá los ojos y saldrá del estado en que usted estaba, y saldrá tranquilamente, al salir no tendrá la más mínima fatiga, ni aburrición. Por el contrario, se sentirá, fuerte, vigoroso, alerta, dispuesto, pleno de vida, además, estará alegre, muy alegre y dominando todos sus asuntos.
UNO, DOS, TRES”
A la palabra TRES, el sujeto abre los ojos y sonriendo, siempre con una expresión, en su rostro, de contento y bienestar. Una vez este pequeño discurso haya terminado, usted agregará lo que sigue:
Cómo practicar la autosugestión consciente
Todas las mañanas al despertar y todas las tardes al dormir, cierre los ojos y, sin buscar fijar su atención sobre lo que se le dice, pronuncie con los labios, bastante alto para escuchar sus propias palabras y, contando con un lazo provisto de 20 nudos, la siguiente frase:
“Todos los días, bajo todo punto de vista, voy mejor, mejor y mejor”
Las palabras “bajo todos los puntos de vista” se dirigen a “todo”, es inútil hacer sugestiones particulares. Esta sugestión, de la manera más simple posible, incluso infantil y maquinal, y por consecuencia, sin el menor esfuerzo; es más efectiva. En una palabra, la fórmula debe ser repetida con el tono empleado, para recitar las letanías. De esta forma, se llega a hacer penetrar mecánicamente, en el inconsciente, por el oído este mensaje y cuando este mensaje, haya penetrado; irremediablemente, actúa.
Seguir toda la vida este método es, a la vez, preventivo y curativo.
Además, cada vez que, en el transcurso de la jornada o de la noche, se sienta un sufrimiento físico o moral, afirmarse inmediatamente, en sí mismo, que uno va a hacerlo desaparecer, luego, aislarse, tanto como sea posible, cerrar los ojos, y, pasando la mano sobre la frente, si se trata de algo moral o, sobre la parte adolorida, si se trata de algo físico, repetir rápidamente con los labios, las palabras “pasa, pasa, etc., etc.,” tanto tiempo como sea necesario. Con un poco de práctica se llega a hacer desaparecer el dolor moral o físico al cabo de 20 a 25 segundos.
Recomenzar cada vez que sea necesario
Es entonces fácil darse cuenta del rol del sugestionador.
No es un amo quien ordena, es un amigo, un guía, quien conduce paso a paso al enfermo, en su vía hacia la curación. Como todas estas sugestiones son dadas en interés del enfermo, el inconsciente de este último no demanda sino asimilarlas y transformarlas en autosugestión. Cuando esto está hecho, la curación se obtiene más o menos rápidamente.
La práctica de la autosugestión no reemplaza un tratamiento médico, pero es una ayuda preciosa tanto para el enfermo como para el médico.
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