La unión del Rey Rojo y la Reina Blanca entendida como una “boda alquímica” es uno de los símbolos centrales de la Gran Obra, y alude a la reunión de dos fuerzas primigenias polares, una de naturaleza positiva (el Sol, Shiva, Azufre, Rajas, Yang) y otra de naturaleza negativa (la Luna, Shakti, Mercurio, Tamas, Yin).
Como consecuencia de esta unión del Azufre y del Mercurio surge una tercera fuerza andrógina que representa la armonía de los opuestos o “coincidentia oppositorum” y que es llamada Sal. Obviamente, los alquimistas no se referían al azufre, al mercurio y a la sal vulgares sino que utilizaban un lenguaje químico para representar principios metafísicos.
Y, justamente, debemos entender al Azufre, el Mercurio y la Sal como principios.
Los alquimistas hablaban de una Materia Prima que era diferenciada en Azufre y Mercurio, y a partir de estos dos principios (juntándose en diferentes proporciones) se formaban todos los cuerpos, postulando que “todo se compone de materias sulfurosas y mercuriales”. Por lo tanto, el Azufre representa el principio masculino, activo, viril y luminoso de la Materia Prima, mientras que el Mercurio alude al principio femenino, pasivo y formal de la Materia Primera.
Siguiendo esta idea, en todos los metales existe una combinación distinta de azufre y mercurio, pero solamente en la plata y el oro esta combinación es justa y perfecta. Por lo tanto, puede hablarse de un polo negativo de perfección (plata-mercurio-luna) y un polo positivo de perfección (oro-azufre-sol), al mismo tiempo que en los restantes metales la combinación no es lo suficientemente equilibrada. En palabras de Roger Bacon: “Yo sostengo que la Naturaleza tiene por objetivo y se esfuerza sin cesar por alcanzar la perfección, el oro. Pero a consecuencia de accidentes, que entraban su marcha, nacen las variedades metálicas”.
¿Qué hacían entonces los alquimistas? Ayudaban a la Naturaleza a perfeccionarse, a acelerar procesos, donde “el tempo geológico era cambiado por tempo vital” (1), lo cual fue explicado por un alquimista del siglo XVIII de este modo: “Lo que la Naturaleza ha hecho en el comienzo podemos hacerlo nosotros igualmente, remontándonos al procedimiento que ella ha seguido. Lo que ella acaso siga haciendo con ayuda de siglos en sus soledades subterráneas, nosotros podemos hacer que lo concluya en un solo instante, ayudándola y poniéndola en mejores circunstancias. Del mismo modo que hacemos el pan, podemos hacer los metales. Sin nosotros la espiga no maduraría en los campos; el trigo no se convertiría en harina sin nuestros molinos, ni la harina en pan sin el amasamiento y la cocción. Concertémonos, pues, con la Naturaleza para la obra mineral, lo mismo que para la obra agrícola, y sus tesoros se abrirán para nosotros” (2).
Siendo así, los alquimistas creían que “si nada entorpece el proceso de gestación, todos los minerales se convierten con el paso del tiempo en oro” (3) y -valiéndose de analogías entre lo de afuera y lo de adentro- entendían ese proceso “externo” (lento en el mundo natural y acelerado dentro del horno alquímico) como el reflejo de otro proceso que se producía en el interior de cada ser humano, donde las tres energías primigenias se oponen, se contradicen y se vuelven a unir. Tres principios afuera, tres principios adentro. Así como es arriba es abajo. Así como es afuera es adentro (4).
En el matrimonio alquímico, el Rey sulfuroso y la Reina mercurial morían, eran enterrados juntos y luego volvían a vivir totalmente rejuvenecidos. Disolver y coagular, separar para volver a unir: Solve et Coagula. Según Titus Burckhardt: “El mercurio se incorpora al azufre y viceversa; ambas fuerzas «mueren» en su calidad de antagonistas y oponentes. Entonces, la luna del Alma, variable y reflectante como un espejo, se une al inmutable sol del Espíritu, de manera que aquélla queda al mismo tiempo extinguida e iluminada” (5).
Con esta muerte a lo viejo y con el nacimiento de algo nuevo y mejor, lo corpóreo es espiritualizado y lo espiritual corporizado, a fin de hacer fijo lo volátil y volátil lo fijo (“Fac fixum volatile et volatile fixum”).
Además de los tres principios, los alquimistas hablaban de cuatro elementos: Tierra, Agua, Aire y Fuego, que hacían alusión a los estados de la materia, desde lo más denso a lo más sutil. Dicho de otro modo, estos elementos se usaban para representar los diferentes grados de sutilidad: lo sólido vinculado a la Tierra, lo líquido al Agua, lo gaseoso al Aire y lo gaseoso sutil al Fuego.
Pero los cuatro elementos, además de representar estados físicos también aludían a cualidades, a saber:
Tierra: seca y fría.
Agua: fría y húmeda.
Aire: húmedo y caliente.
Fuego: caliente y seco.
Siguiendo el viejo enunciado: “Todo lo que existe en el macrocosmos lo posee también el ser humano”, es decir: cuatro elementos fuera, cuatro elementos dentro, los autores antiguos buscaron una correspondencia de estos elementos con diferentes aspectos del ser humano. En primer lugar, el elemento Tierra se vinculó con lo más denso en nosotros y el elemento Fuego con lo más sutil, mientras que el orden del Agua y del Aire puede aparecer intercambiado en ocasiones. Esto no afecta al sentido último de este simbolismo, donde lo importante es la comprensión de los diferentes grados de sutilidad.
Uno de los criterios más extendidos (6) para vincular a los elementos con aspectos humanos es el siguiente:
Tierra – Cuerpo físico, corporalidad.
Agua – Cuerpo vital o pránico, vitalidad.
Aire – Cuerpo emocional, afectividad.
Fuego – Mente de deseos, creatividad.
Estos cuatro elementos confluyen en un quinto elemento o “quintaesencia” de naturaleza espiritual, y que Aristóteles consideraba el más noble de todos: el “primer elemento” (proton soma), anterior y fundamento de los demás.
En concordancia con todo esto, la tradición vedantina habla de los cinco koshas (envolturas del Atman) y los ordena de este modo:
Anamayakosha: Cuerpo físico (Tierra)
Pranamayakosha: Cuerpo energético o pránico (elemento Agua)
Manomayakosha: Cuerpo mental (Fuego)
Vgnyanamayakosha: Cuerpo psíquico (Aire)
Anandamayakosha: Cuerpo espiritual (Éter)
A modo de síntesis de todo lo anterior, podemos citar a Albert Poisson quien señaló que “la Materia de la piedra tiene tres ángulos en su substancia (los tres principios), cuatro ángulos en su virtud (los elementos), dos ángulos en su materia (fijo y volátil), un ángulo en su raíz (la materia universal)”
Cuatro elementos
Esta sucesión puede expresarse también de este modo:
1 – Unidad: Materia Prima
2 – Dualidad: Azufre-Mercurio
3 – Trinidad: Generación del tercer principio: Sal
4 – Cuaternidad: Los cuatro elementos (Tierra-Agua-Aire-Fuego)
Observando este proceso, queda en evidencia que el quinto elemento representaría un retorno a la fuente, y que esta sucesión es bastante similar la tetraktys pitagórica, donde 1+2+3+4 es igual a 10, y donde 10 es 1+0=1, la vuelta a la Unidad.
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Extraído WEB https://phileasdelmontesexto.com/notas-alquimia-ii-rey-la-reina/
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