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LA RESISTENCIA






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2. LA RESISTENCIA


«La falta de fe no es realmente falta de fe, sino fe que se ha depositado en lo que no es nada.»



Un curso de milagros dice que "no existen personas sin fe". La fe es un aspecto de la conciencia. Tenemos fe en el miedo o en el amor. Tenemos fe en el poder del mundo o en el poder de Dios.

Lo que básicamente nos han enseñado es que, en cuanto adultos responsables, lo que nos corresponde es ser activos, ser de naturaleza masculina: salir a conseguir trabajo, llevar el control de nuestra vida, agarrar el toro por los cuernos. Nos han enseñado que ahí reside nuestro poder. Creemos que somos poderosos más bien por lo que hemos logrado que por lo que somos, de manera que caemos en la trampa de sentirnos impotentes para lograr nada hasta que ya lo hemos logrado.

Si alguien nos sugiere que nos dejemos llevar por la corriente y arrojemos un poquito de lastre, nos ponemos realmente histéricos. De todas maneras, a la vista está que en ciertos aspectos somos totalmente improductivos, y lo último que nos podemos imaginar es ser todavía más pasivos de lo que somos.

La energía pasiva tiene su propia clase de fuerza. El poder personal resulta de un equilibrio entre las fuerzas masculina y femenina. La energía pasiva sin energía activa se convierte en ociosidad, pero la energía activa sin energía pasiva se convierte en tiranía. Una sobredosis de energía masculina, agresiva, es machista, controladora, desequilibrada y antinatural. El problema es que la energía agresiva es la única que nos han enseñado a respetar. Nos dijeron que la gente agresiva es la que triunfa en la vida, para que exaltáramos nuestra conciencia masculina, que cuando no la atempera la femenina, es dura y rígida. Por consiguiente, así somos: todos, hombres y mujeres. Nos hemos creado una mentalidad batalladora. Siempre estamos «luchando» por algo: por el trabajo, el dinero, una relación, para dejar una relación, perder peso, abandonar la bebida, para que nos entiendan, para conseguir que alguien se quede o se vaya, y así interminablemente. jamás deponemos las armas.

El lugar femenino y de entrega que hay en nosotros es pasivo. No «hace» nada. El proceso de espiritualización -tanto en los hombres como en las mujeres- es un proceso de feminización, un aquietamiento de la mente. Es el cultivo del magnetismo personal.

Si tienes una pila de limaduras de hierro y quieres realizar con ellas hermosos diseños, puedes hacerlo de dos maneras: tratar de disponer los minúsculos fragmentos de hierro en hermosas líneas como telarañas con los dedos... o comprarte un imán. El imán, que simboliza nuestra conciencia femenina, la cual ejerce su poder mediante la atracción más bien que mediante la actividad, atraerá las limaduras.

Este aspecto de nuestra conciencia -atrayente, receptivo, femenino- es el espacio de la entrega mental. En la filosofía taoísta, el «yin» es el principio femenino, que representa las fuerzas de la tierra, mientras que el «yang» es el principio masculino, que representa el espíritu. Cuando nos referimos a Dios como «Él», toda la humanidad se convierte en «Ella». No se trata de una cuestión hombre-mujer. La referencia a Dios como principio masculino no afecta en modo alguno a la convicción feminista. Nuestra parte femenina es exactamente tan importante como la masculina.

La relación correcta entre el principio masculino y el femenino es tal que en ella lo femenino se entrega a lo masculino. La entrega no es debilidad ni pérdida. Es una poderosa no resistencia. Mediante la apertura y la receptividad por parte de la conciencia humana, se permite que el espíritu impregne nuestra vida, que le dé significado y dirección. En términos de la filosofía crística, María simboliza lo femenino que hay dentro de nosotros, lo que es fecundado por Dios. La hembra permite este proceso y se realiza entregándose a él. Esto no es debilidad de su parte; es fuerza. El Cristo sobre la tierra tiene como padre a Dios, y como madre a nuestra condición humana. Por mediación de una conexión mística entre lo humano y lo divino, damos nacimiento a nuestro Yo superior.



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